“Me interesaba que esos testimonios fueran escuchados y vistos desde el cuerpo de un niño”, plantea Danilo Llanos, director de la nueva obra del Centro de Investigación La Peste, Feroz, compañía que por primera vez lleva a escena a un elenco formado básicamente por estudiantes secundarios.
Conversamos con Danilo Llanos sobre este montaje inspirado en el libro Mi infierno en el Sename -escrito por un ex residente de estos recinto-, y puesto en escena desde la voz, los miedos, la desilusión y la normalización del abuso de algunos de los muchachos allí internos.
La obra está inspirada en el libro Mi infierno en el Sename, de Edison Llanos. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese texto y qué hay en la obra Feroz de ese testimonio?
Lo que más me impactó de ese libro no fueron cosas que uno no supiera o no se imaginara, sino que notar que era el testimonio de un niño, hoy adulto, pero un niño que estuvo prácticamente un tercio de su vida en esos lugares; desde que era un niño, uno muy chico, hasta que cumplió 18 años. Y eso me pareció brutal. Y yo hacía la relación respecto de un colegio en donde estudié en la educación básica, y en el que tenía compañeras que eran de “hogares”, y era precisamente en esa época donde el autor cuenta que él estaba en un centro del Sename en Coquimbo. Y me acuerdo que eran puras mujeres y las chicas iban todas con el mismo corte de pelo, la misma ropa, los mismos zapatos. Y uno no reparaba en eso, por supuesto, porque estamos hablando de los años ‘80 y uno no tenía mayor juicio en eso. Pero hoy con la distancia y viendo este libro, lo que más me impactó es que es gente que estuvo toda una vida en eso, más allá de lo que se cuenta, porque de algún modo uno puede imaginarlo o saberlo porque es muy similar a un sistema carcelario; pero es todo el recorrido del desarrollo de una persona en un lugar como éste que, sin dudas, te va a condicionar.
¿Por qué optaron por tener a niños como protagonistas?
Cuando hablamos de temas como el Sename, alusivos a la infancia, estamos llenos de expertos y gente que testimonia sobre estas cuestiones, pero siempre son adultos. No me interesaba que niños del Sename o de esa realidad contaran su historia; me interesó que chicos y chicas pudieran ser un instrumento -sobre todo corporal- para contar estos testimonios. Me interesaba que esos testimonios fueran escuchados y vistos desde los cuerpos de un niño o un pre-adolescente, para que podamos reconocer que lo que allí se está contando, mirando, escuchando, lo viven y lo sienten cuerpos como los que se están viendo. Me interesó que fueran cuerpos de niños los que generaran esa resonancia y la amplificación frontal, directa de esos testimonios.
¿Qué destacarías de trabajar con ellos?
Creo que era pertinente que en algún minuto pudiéramos escucha a los niños, que no están en ningún relato, sino que solamente como objeto de estudio, testimonio en alguna recogida de antecedentes. Y en ese sentido creo que el territorio del teatro viene a ofrecer la posibilidad de entregar un espacio de resonancia, de proyección directa de esos testimonios dichos por cuerpos infantiles y adolescentes, para provocar una reflexión directa a partir de interpelaciones y preguntas hechas por esos cuerpos.
¿Cómo fue el trabajo de investigación de los chicos para profundizar en la realidad de los centros del Sename?
Al ser un ejercicio bien experimental -como compañía no habíamos trabajado una obra donde el elenco no fueran actores profesionales-, el trabajo de investigación correspondió más bien al director y al equipo de profesionales. Pero si hay un dispositivo de investigación con los niños, fue en el propio hacer. Ellos, si bien tienen una particular mirada respecto a los contenidos del montaje, también fueron comprendiendo aún más distintas dimensiones de lo que significa la realidad que viven los chicos del Sename. Ellos se sienten claramente -en un minuto yo lo noté- como con una responsabilidad de contar algo que le pasa a gente que tiene su edad pero que están pasando una realidad distinta, y eso es súper bonito. Y no es que lo leyeron o lo vieron en otro lado; yo creo que lo sabían incluso, pero ahí lo experienciaron. A partir del texto inicial, con los chiquillos y chiquillas fuimos abriendo espacios para situar también su frescura, su adolescencia, su niñez y su particular mirada respecto al tema.
Por el tema que aborda, uno asume que Feroz es una obra intensa. ¿Qué fue lo más complejo de la puesta en escena?
Yo diría que lo más complejo -y sigue siéndolo- son cuestiones más técnicas, que tienen que ver con lo teatral. Ha sido un ejercicio -para mí como director- de mucho aprendizaje porque tiene que ver con desarrollar otra sensibilidad para, por ejemplo, dar una indicación, o marcar una escena o conducir una intención de los cuerpos de estos jóvenes. Por lo tanto, yo diría que lo más complejo ha sido que estemos entendiendo que este mundo que estamos creando es uno que necesita ser contado. Y es también desde ese lugar dejar libre el espacio a la capacidad de juego que puedan tener los chiquillos y poder construir un relato frontal, pero también con la frescura que pueden tener estos cuerpos adolescentes. Sin duda que va a ser una obra fuerte, directa, conmovedora, consternadora, provocadora, pero interpretada por niños, por lo tanto ese factor tiene su complejidad en sí mismo porque requiere una conducción desde el punto de vista de la puesta en escena particular, nueva, que me ha parecido muy seductor poder experienciarlo. Como director he tenido que constituir y conocer nuevas prácticas, y despojarme de otras como ejercicio directoral, lo que ha sido muy saludable.
Poco antes de Feroz, La Peste trabajó ya el tema de la vulneración de los derechos de los niños y adolescentes en Error. ¿Qué diferencia a ambos montajes?
Error, más que un ejercicio sobre la violencia y el maltrato a los niños, tiene que ver con violencia y maltrato entre pares; una violencia sistémica, brutal, en donde siempre va a haber alguien que va a querer ganarle al otro. Y la diferencia radical y evidente en Feroz es que quisimos poner un relato en cuerpos donde no existiera un filtro, y en este caso son historias de niños puestas en cuerpos de niños; y también la ficción, pero puesta en cuerpos de niños dóciles, y esa es la gran diferencia. Y nosotros siempre queremos situarnos en los espacios del margen, aquellos territorios complejos, abyectos, de la sociedad, en donde hay siempre un estado de emergencia. Estamos preocupados como compañía de estos estados de emergencia en donde poder instalar una mirada e interrogar ese episodio para poder hacer aparecer múltiples preguntas. Y en ese sentido, hoy la urgencia era poner una dimensión distinta en el espacio de la discusión con respecto al Sename, en donde no escucháramos a adultos; poner allí voces urgentes de niños.
¿Qué lectura de país se puede hacer a partir de lo ocurrido con los niños del Sename?
Tomando en cuenta los episodios y las cifras, aquí hay un asesinato de Estado, una culpabilidad estatal, da lo mismo el gobierno, el color que sea, aquí hay un Estado que falló, un Estado que mató al menos a 1.313 niños por su indiferencia y arrogancia. Aquí se transgredió una de las principales preocupaciones que tiene que tener un Estado, como es velar por nuestros niños y niñas. Por lo tanto, yo digo que aquí hubo un asesinato de parte del Estado chileno a los niños. Y alguien, en algún minuto, tiene que hacerse responsable. No basta con cambiar la institucionalidad, no basta con cambiar el Sename de nombre, con crear departamentos y oficinas. Aquí alguien tiene que decir “sí, el Estado chileno asesinó, mató, olvidó, desechó a niños y niñas, olvidándose del principio fundamental que es velar por ellos”.
Daniel Labbé Yáñez